PARA DESTRUIR UNA CENA
Una amiga y yo quedamos pasmados cuando
después de una regia cena en un lugar que guardaré sólo en mi memoria, el mozo
que nos atendió nos revela que allí se habían cometido dos asesinatos.
- “Y hace poco tiempo”, nos advierte.
Desgraciadamente no tengo alma de
investigador de la PDI ni el valor de los médicos forenses que son capaces de
comerse una hamburguesa mientras buscan evidencias para esclarecer los
crímenes. No es que sea normal, al contrario, soy uno de los tipos anormales que
viven en esta tierra, sin embargo cuando escuchaba la versión del mozo, no
podía dejar de acordarme del lomo con puré de betarragas que había paladeado
momentos antes.
- “Hoy en la tarde vinieron de la
televisión”, contaba con gran orgullo. Nosotros, mientras tanto, lamentábamos
la franqueza de nuestro mozo. Hay momentos y momentos.
Nunca me había tocado algo tan freak.
Buena comida, buena bebida y un final sólo para los amantes de emociones
fuertes. Estuve a punto de preguntarle al mozo si no valía la pena poner una
especie de Museo de la Tortura (con comida incluida) en el lugar para
beneplácito de los sádicos de siempre. Me contuve ya que me basta con analizar
la comida y no me pagan para buscar nichos gastronómicos.
Dura experiencia. Llegué a casa y tecleé
Google para buscar la dirección y conocer algo más de la historia del lugar.
212 mil resultados salieron de mi búsqueda. No era un hecho aislado. Mi amiga
realizó el mismo ejercicio y me llamó para contarme su experiencia. Cada uno, y
por separado, pasamos mala noche.
Soñé que volvía al restaurante y detrás
de una puerta me esperaba un mozo blandiendo un cuchillo de cerámica (de esos
que ocupan los japoneses para laminar pescados), mirándome con sus ojos
inyectados de sangre y sugiriéndome una mesa alejada del resto de los
comensales. Mi acompañante (y gran amiga en la vida real) también estaba
presente en mi sueño pero por razones del inconsciente estaba guardada en un
refrigerador con sus ojitos como jurel mientras los cocineros le sacaban láminas
de carne de sus estupendos muslitos para preparar sashimi.
Pesadilla. Obvio. Desperté al amanecer
con la boca seca y gritando. Todo era un sueño. Lo único real fue la franqueza
del mozo cuando nos contaba las tragedias que habían ocurrido en ese lugar. Mi
amiga tampoco durmió bien ya que me contó, al día siguiente, que era yo el que
estaba con los ojos como jurel, pero estaba colgado en el entretecho y lleno de
sal ya que querían hacer charqui conmigo.
Moraleja: Ojo con el servicio. Los
detalles son los que marcan las diferencias y en este caso, real, una buena
experiencia gastronómica puede transformarse en algo nefasto con tan sólo un
comentario inoportuno. ¿No sería mejor quedarse callado?
¡Y menos mal que el segundo piso, no
estaba habilitado! (Juantonio Eymin)