INTOLERANCIA A LOS
ALIMENTOS
¡Que viene el lobo!
Pareciera
que la etiquetas de moda en las estanterías de los locales que expenden
alimentos, empieza con un “sin” y termina con un “gluten” o “lactosa”. Si bien
no cabe duda de que la intolerancia alimentaria existe y que para las personas
que se ven obligadas a renunciar en parte o totalmente a determinados
componentes alimenticios ese distintivo les facilita la compra, ha surgido otro
fenómeno. Cada vez son más las personas que optan por consumir productos “sin”
aunque su salud no lo requiera ni tampoco les aporte beneficio alguno.
Hoy
en día, asociamos de inmediato cualquier malestar con la alimentación. Quien
amanece con dolor de cabeza tras haberse bebido el contenido de una botella de
alcohol durante una velada amena la noche anterior, fácilmente se plantea la
duda de si sufre intolerancia a la histamina. A la inversa, muchas personas
afirman que al renunciar a ciertos alimentos han experimentado efectos
fantásticos: quien sólo bebe leche sin lactosa se siente, de repente, más
ligero. En Alemania, la Sociedad para la Investigación del Consumo descubrió
que cada doce meses se cuadriplica el número de personas que compra productos
sin lactosa.
Cuando
las intolerancias alimentarias se convierten en moda y se frivolizan
enfermedades reales, los protocolos sobre manipulación de productos se relajan,
con lo que aumenta el riesgo de contaminación cruzada. Dicho de otra forma: los
restaurantes están tan acostumbrados a lidiar cada día con falsas alergias a
tal o cual producto -que no se nos olvide el gluten, otra moda en auge-, que
acaban por no tomárselo demasiado en serio cuando un cliente pide un menú
especial.
El
clásico “¡Que viene el lobo!” que nadie cree. Hasta que el lobo, el gluten, la
lactosa, los mariscos o lo que sea, vengan de verdad.