miércoles, 17 de agosto de 2011

LOS CUNDUMIOS DE DON EXE



COSA DE CUATES

Por mail Mathy me anunció que viajaba a Iquique por dos semanas. “Quiero pensar y descansar”, dijo en alguna parte. A decir verdad, espero que le sirvan estas mini vacaciones en casa de su hija. Al menos podrá tranquilizarse de estas semanas tan poco atractivas para ella.

Le deseé suerte (por mail también) y le pedí que se tomara sus hormonas. Más se enojó. “Soy grandecita para decidir qué tomo o qué no tomo”, respondió vía PC. ¡Eres tú el que debe tomar sedantes parece!

Y eso sería todo. Se mandó a cambiar al norte y yo nuevamente solo en la capital. Me saqué los zapatos, me puse las pantuflas de Pluto, regalo de mi nieto que viajó este verano a Orlando, y me senté en el computador para planificar el descanso. Hacía tiempo que no ingresaba a Facebook y me encontré con un lote de chicas que me pedían amistad. Como no soy xenófobo, las acepté a todas, pero rápidamente me aburrí de esa pagina social. Como se venía un fin de semana largo, tendría que concentrarme en 1) Satisfacer mis necesidades básicas como la comida y la bebida y 2) Tratar de encontrar alguna fémina que me acompañe ya que solo no me quedaría.

¡Estoy saliendo a Algarrobo, Exe!... ¡Tengo a mi hijo volando en fiebre!... ¡Me voy a la playa!... ¡Estoy resfriada!... y suma y sigue. Cuatro llamados y cuatro tapitas. Esto estaba partiendo mal.

La noche del viernes fui por unas jugosas prietas con puré picante a Las Lanzas. Cargaditas al ajo me dejaron más que contento y sin hambre. Para empujar pedí un tinto de la casa y la cuenta me salio más barata que baratija china. De ahí, a remolonear en mi cuchitril. Ya vendrían días mejores.

Y llegaron.
-Exe. ¿Te quieres ir de copas conmigo?

Tan sólo una llamada y ya estaba nuevamente vigente. Mi hada madrina era Helena (si, con hache), una espectacular chica sub 35 que había conocido hace algún tiempo. Ella, blanca y de lindos ojos, más cautivaba por sus cortas minifaldas en composé con unas lindas calzas invernales. Quedamos de encontrarnos a las 9 de la noche en las puertas de La Mordida, ese restaurante mexicano de Bellavista donde uno de sus dueños es nada más ni nada menos que Joaquín Sabina.

Sólo desodorante. Con los años he aprendido que usar un perfume en este tipo de citas es nefasto. Quedan pegados en el otro cuerpo y a nadie le gusta estar dando explicaciones posteriores. Mal lo sabe Mathy ya que con su Channel 19 traspasa hasta puertas de acero.

Llegué puntual a la cita y ella estaba esperándome. De ahí al primer Margarita fue cosa de segundos. Nos fuimos a una mesa del segundo piso y ahí nos quedamos pegados (en la mesa, obvio). ¿Comamos algo?, preguntó con cara de traviesa.

No te preocupes por la cuenta Exe, comentó. Mi papá es uno de los dueños.

¡Su papá!... Si bien sabía que estaba soltera, no imaginé que me llevaría poco menos que a su propia casa.

¿Tu papá?

Ríe y toma mi mano. Hago intentos por retirarla pero ella la retiene. –No seas tonto, me dice. – Estamos en un país libre y soy mayorcita de edad.

Entre pensar en todo lo que me ha sucedido este mes y comer, preferí comer. Compartimos para iniciar unos tortellini rellenos con guajalote y pesto de cilantro y maní que estaban para chuparse los dedos. No sé si era imaginación pero sentí que su rodilla estaba pegada a la mía. Yo, más nervioso que gusano en un gallinero, traté de darle clases de pasta rellena. Ella hacía la que me escuchaba y más sonreía cuando pegaba su rodilla a la mía.

Helena, que de gastronomía sabe bien poco, trató de acertar con un tiradito de pangasio, un insípido pescado que tiene el mismo sabor que el aislapol. Yo, sin ser un experto en esto de la cocina mexicana, me incliné por un Tamal de merluza, con queso de cabra maduro, panceta ahumada y cebolla estofada envuelta en hoja de plátano cocinada al vapor y todo acompañado de yucas fritas. Gran plato que me dejó con la convicción de que en este lugar, aparte de las buenas piernas, tienen buena comida.

En las mesas de los lados muchos comían ostras. Era la oferta del lugar: 12 ostras aliñadas con epazote y una botella de sauvignon blanc de Vistamar por $ 10.500. De haber sabido antes, invito yo.

Como toda mujer que se precie de tal, Helena partió al baño y yo me entretuve mirando la colorida mise en place del lugar. En cada rincón, grabados y cuadros con onda mexicana. Las mesas, pintarrajeadas en un fuerte verde hacen del lugar un ícono del folclore mexicano

Me ofreció postre y al escuchar esa dulce palabra, les juro que me sonrojé. Sentí a Mathy gritándome ¡Viejo puto y lacho!, así que decliné su ofrecimiento.

Tras un tequila Don Julio reposado de bajativo, Helena dice: –Sé que no manejas, Exe. ¿Puedo llevarte a casa?

Realmente Helena era muy mona (y atenta). Como iban las cosas, casi esperaba encontrarme con un Audi en la puerta, ¡pero ella andaba en moto! Me pasó un casco y enfilamos por Vicuña Mackenna y Eduardo Castillo Velasco a 100 kilómetros por hora. El viento en contra me entraba por la nariz y me salía por las orejas. En siete minutos me bajé del aparato, con las piernas tembleques y el corazón hecho bolsa.

- ¿Te espera alguien?, preguntó mientras le regresaba el casco.

Estuve a punto de contarle la ya repetida historia del sobrino universitario que vivía conmigo. Pero ese no era el día.

- ¿Qué tal si guardamos tu moto en el subterráneo?, le pregunté.

Mathy: más vale pedir perdón que pedir permiso.

Exequiel Quintanilla

La Mordida: Dardignac 143, Barrio Bellavista, fono 732 6227