IMPUESTO ANTIOBESIDAD:
¿SON LOS REFRESCOS EL TABACO DEL SIGLO XXI?
Primero fue el alcohol. Después, el
tabaco. Y ahora le toca el turno a los refrescos azucarados. Sí, a la
Coca-Cola, la Pepsi, la Fanta e incluso la Cola Konga, si es que existe.
La gran batalla está a punto de
comenzar. De un lado, hombres del mundo de la nutrición, elfos de las
asociaciones médicas y hobbits de la vida sana, que exigen para estas bebidas
el mismo tratamiento que reciben el licor y los cigarrillos. Es decir, un impuesto
especial que ayude a frenar los graves problemas de salud que generan en la
población, en su caso, el de la obesidad. De otro, orcos, trolls y nazgûls de
las multinacionales del refresco, dispuestos a mover todos los hilos a su
alcance para que no se implante ninguna tasa, como demuestran las recientes
presiones que recibió el presidente de Cataluña por parte de EEUU. Un país, por
cierto, donde –concretamente en la ciudad de Nueva York– la prohibición de
vender refrescos de tamaño XL que se iba a implantar próximamente ha sido
bloqueada por un juez del tribunal supremo por considerarla "arbitraria y
caprichosa".
Es un planteamiento bonito. Pero quizá
demasiado simplista. ¿No serán los orcos los que pretenden castigar
injustamente a unas bebidas que sí, engordan y tienen azúcar, pero como tantos
otros alimentos? ¿Esconderá esa pretendida lucha contra la obesidad un simple
afán recaudatorio, ahora que todas administraciones de la Tierra Media están
tiesas? A ver si al final los elfos van a ser los que defienden que la
responsabilidad de lo que comes y bebes es tuya, e insisten en que Sauron, digo
el Estado, no debería inmiscuirse en tu libertad personal para elegir...
El debate es uno de los más apasionantes
del momento. Por un lado, los refrescos son el ejemplo máximo de "no
alimento". Es decir, bebidas que no aportan nada a nuestro organismo más
allá del agua, y que lo inflan de azúcar y otros productos químicos que no
necesitamos en absoluto. Sí, están ricos. Y sí, enganchan. El problema es que
engordan sin dar nada a cambio, y que su relación con la obesidad está
respaldada por tantos estudios que algunos países del mundo ya los consideran
"el tabaco del siglo XXI" y los gravan con impuestos especiales.
¿Por qué? Pues porque el coste social de
su consumo es alto, y porque el tratamiento de las enfermedades derivadas del
sobrepeso en la sanidad pública lo pagamos todos. Un informe de la ONG
británica Sustain, apoyado por más de 60 asociaciones médicas y sociales,
afirmaba que los males relacionados con la dieta costaban al sistema público de
salud del Reino Unido unos 7.000 millones de euros al año. La organización
proponía una tasa de unos 20 céntimos por litro de refresco azucarado, cuya
recaudación se podría destinar a la educación de los niños en una alimentación
sana. Otros, como el periodista del New York Times Mark Bittman, sugieren que
estos impuestos se dediquen a subvencionar las frutas y las verduras.
En el otro lado de la barricada están
los argumentos de los productores. Según la Asociación de Bebidas Refrescantes,
el impuesto sería discriminatorio porque culpa a un solo ingrediente (el
azúcar) de la obesidad y no a las grasas o al sedentarismo, entre otras
múltiples causas. Y además sólo tasaría ese ingrediente natural en los
refrescos, y no en el resto de los innumerables productos que lo incluyen.
Para comprender mejor la postura de los
fabricantes, me puse en contacto con su empresa líder, Coca-Cola. La
multinacional, imagino que preocupada por la creciente presión mediática sobre
sus productos, lanzó en enero una polémica campaña en Estados Unidos en la que
por primera vez encaraba el asunto de la obesidad en un anuncio televisivo. El
mensaje: todas las comidas contienen calorías, nosotros te ofrecemos muchas opciones
sin ellas, y lo que tienes que hacer si no quieres engordar es mover el culo.
Una versión adaptada para el público español se presentará en Madrid este
jueves.
"El
consumo de refrescos se toma como chivo expiatorio", me dijo Carlos
Chaguaceda, director de comunicación de Coca-Cola. "Se ignora que los
refrescos no tienen ni grasa ni sal, y que el estilo de vida sedentario, el
ocio pasivo y el cambio de costumbres laborales y sociales ha conducido a un
menor gasto energético por los ciudadanos. Se ignora también que desde hace ya
10 años crece de manera sostenida el consumo de refrescos sin calorías. A día
de hoy el 25% de las ventas de una compañía como Coca-Cola es de productos sin
calorías, cuando hace 10 años era el 12%. Luego, si se doblan las ventas de
refrescos sin calorías y aumenta la obesidad, no parece que puede establecerse
una relación directa".
El pequeño problema es que los refrescos
sin calorías también han sido ligados al aumento de la obesidad. Pero
centrándome en la campaña, le planteé a Chaguaceda si un compromiso real por
parte de Coca-Cola en la lucha contra la obesidad no debería implicar el fin de
la publicidad de sus bebidas con azúcar o la rebaja de los precios en las
opciones sin calorías. Quizá sería más efectivo que animar al público a hacer
ejercicio, a bailar o a "reír alto", como se ve en el anuncio
americano. "Quien fija los precios finales son los establecimientos que
venden el producto, no nosotros. La pregunta habría que trasladarla a los
clientes. Lo que hace la compañía es ofrecer alternativas sin calorías para que
los consumidores tengan opciones según sus gustos y estilo de vida".
Para comparar con un punto de vista en
principio opuesto, quise saber la opinión de una nutricionista, Laura Kohan. La
autora del libro Alimentos saludables para el siglo XXI asegura que el azúcar
de estas bebidas no sólo no nos aporta ningún nutriente, si no que disminuye la
asimilación de vitaminas como la C, la provitamina A o algunas del grupo B.
Según ella, además de deteriorar nuestra salud dental, puede dar paso a
enfermedades tan graves como la diabetes y algunos trastornos metabólicos que
abran la puerta a la gordura.
"En países con un consumo masivo de
este tipo de refrescos como EEUU, se ha demostrado que su relación con la
obesidad es directa, especialmente entre niños y adolescentes", explica
Kohan -algo que implícitamente Coca-Cola en España parece asumir, ya que no se
anuncia en horario infantil ni hace marketing para críos de menos de 14 años.
"Una dieta en la que se sustituya la presencia de agua por estas bebidas
no sólo aumenta las calorías diarias si no que interfiere en los procesos
digestivos. Por otro lado, aunque en nuestro país en la última década el
consumo de refrescos se ha disparado, aún no estamos en unas cifras
alarmantes".
A pesar de su contundencia respecto a la
nula salubridad de las bebidas azucaradas, la nutricionista no da saltos de
alegría con la idea del impuesto especial. Se pregunta si éste no tendrá más
que ver con el voraz apetito recaudador desatado en los últimos años que con
una preocupación genuina por la salud de la población. "La única manera
efectiva de disuadir de su consumo es a través de campañas informativas que
cuenten los estragos que pueden causar en nuestro organismo a medio y largo
plazo. Más efectivo que una subida de impuestos sería legislar para establecer
unas nuevas formas de etiquetado donde se advierta de los contenidos. Y sobre
todo, empezar educando en los colegios a los niños desde muy temprana edad
sobre los efectos y perjuicios de ciertos alimentos y bebidas".
Yo también pienso que la educación y la
información son las vías ideales para que las personas tomen decisiones
alimentarias responsables: debes saber qué pasa si te tomas una Coca-Cola o una
Pepsi, y sobre todo qué pasa si te tomas 15 a la semana. Y entiendo las quejas
por discriminación de la industria del refresco, porque si se imponen
gravámenes, deberían afectar a todos los productos cuyo valor nutricional esté
muy por debajo de su poder engordante -mi primer candidato, las bombas de azúcar
en tetrabrik conocidas como "zumitos" que muchos padres dan a sus
hijos pensando que son "fruta".
Pero la cuestión es que el aumento de la obesidad es demasiado grave, y las campañas de información, poco efectivas. En 30 años, el porcentaje de gordos en el mundo se ha duplicado. España ya supera a EEUU en tasas de obesidad infantil: casi uno de cada cinco niños. Tres veces más que en 1980. Así que quizá haya llegado el momento de tomar medidas más drásticas, que hablen un lenguaje que todos entendemos: el del dinero