EL QUE SE VA SIN QUE LO ECHEN….
…Vuelve sin que lo llamen. Y aquí estoy mis queridísimos lectores. Hace algunos meses me aburrí de escribirles necedades gastronómicas pero la dura realidad de mis faltriqueras me obligó a recurrir al jefe para que me recibiera nuevamente. Él no quería aceptarme, pero mis súplicas y mi inope condición de escritor casi - casi en situación de calle, como le llaman hoy a los mendigos, hicieron mella en el dueño de este pasquín y me recibió, con la condición que escribiera una vez a la semana y sin fallarle.
Para qué hablarles de Mathy. Ella estaba aburrida de mi vida clerical y espartana. Cuando la llamé para avisarle que regresaba a Lobby, se emocionó y volvió a ser la misma de siempre. ¿Dónde iremos?, fue lo primero que preguntó antes de saber siquiera las condiciones económicas de mi regreso.
- Iremos por paellas, le conté.
- ¿Dónde?, - preguntó ansiosa.
Estuve a punto de decirle que comeríamos paella en La Cascade, pero aparte de no entenderlo, capaz que me hubiese mandado una sarta de sus famosas groserías.
- Iremos a La Bodeguilla, le comenté.
- Años que no voy para allá…ni me llevas. Bueno, últimamente no me sacas ni para los temblores.
- Mathy -respondí-, la vida no es tan fácil como tú lo crees.
Al final de Pío Nono y pegado casi a la entrada del zoológico está La Bodeguilla. Su nombre lo dice todo y es un exquisito local de comida española que regenta Cristóbal Morales, un murciano que llegó a Chile hace algunos años y que se enamoró del país y de una chilena. Allí, con una acogedora ubicación, tras las puertas de La Bodeguilla, la vida es alegre y entretenida.
Me encontré con buenos amigos. Mathy no conocía a nadie así que estaba media guacha. - ¿Puedo tomarme un Martini para entrar en confianza? – consultó.
Irradiaba alegría. Se tomo el Martini y se le olvidaron los tiempos malos. Ese día, y en forma especial tendríamos tres preparaciones españolas de alto nivel: paella de verduras, paella de conejo y arroz caldoso de mariscos. Para picar y mientras salían las paellas, salazones, jamones ibéricos y carpaccio de salmón. Sevillanas y estudiantinas por los parlantes. Mathy feliz me mira los ojos para brindar por la ocasión.
-Por fin, Exe
-Por fin, Mathy
Non stop. En veinte minutos nos hicimos de la paella de verduras y en otros veinte la de conejo. Buena mano y mejor sazón. A la hora del arroz caldoso de mariscos, poco podíamos pero igual le hicimos empeño. Mal que mal, hacía tiempo que no disfrutábamos un almuerzo de esos enjundiosos.
Crème brûlée y brandy de postre. Atardecía en este frío invierno cuando nos despedimos del lugar. La fui a dejar a su casa ya que quería refugiarme en ella en esta especie de reconciliación gastronómica.
- Gracias por el almuerzo Exe. Estuvo exquisito.
- ¿Me convidas un café?
- ¿Después de seis meses que no me invitas ni siquiera a jugar a las bolitas quieres un café con sorpresa de la noche a la mañana?
- ¡Mathy!
- ¡Mira Exe! Hace meses que no salíamos a ninguna parte. Y una paella no me va a quitar la rabia.
-¿Qué rabia?
Tenía razón. ¿Por qué las mujeres siempre tienen la razón cuando uno va por ellas con malignos sentimientos?
Volví a mi plaza Ñuñoa algo desencantado y desorientado. Esto de volver a escribir en Lobby me trae consecuencias. Mathy me tiene cortada el agua, la luz y todos los suministros básicos hasta una nueva fecha. Y lo merezco.
Masqué su orgullo en mi departamento. Mathy en su casa disfrutando la venganza y yo en la mía lamentando lo indecible. A ciencia cierta, mi compañera de aventuras –las gastronómicas y las otras- estaba desquitándose. Y no sería fácil conquistarla nuevamente.
Mientras escribo esta nota, fumando un partagás (de los pocos que me quedan y que me trae mi amiga chilena-europea) y bebo un JW etiqueta negra, recibo un mensaje de texto. Era Mathy:
“Gracias por el almuerzo. La segunda será la vencida”
Por lo visto, aun me quedan algunos encantos. Pocos…pero algo es algo…
Exequiel Quintanilla
La Bodeguilla de Cristóbal: Dominica 5, Barrio Bellavista, fono 732 5215
…Vuelve sin que lo llamen. Y aquí estoy mis queridísimos lectores. Hace algunos meses me aburrí de escribirles necedades gastronómicas pero la dura realidad de mis faltriqueras me obligó a recurrir al jefe para que me recibiera nuevamente. Él no quería aceptarme, pero mis súplicas y mi inope condición de escritor casi - casi en situación de calle, como le llaman hoy a los mendigos, hicieron mella en el dueño de este pasquín y me recibió, con la condición que escribiera una vez a la semana y sin fallarle.
Para qué hablarles de Mathy. Ella estaba aburrida de mi vida clerical y espartana. Cuando la llamé para avisarle que regresaba a Lobby, se emocionó y volvió a ser la misma de siempre. ¿Dónde iremos?, fue lo primero que preguntó antes de saber siquiera las condiciones económicas de mi regreso.
- Iremos por paellas, le conté.
- ¿Dónde?, - preguntó ansiosa.
Estuve a punto de decirle que comeríamos paella en La Cascade, pero aparte de no entenderlo, capaz que me hubiese mandado una sarta de sus famosas groserías.
- Iremos a La Bodeguilla, le comenté.
- Años que no voy para allá…ni me llevas. Bueno, últimamente no me sacas ni para los temblores.
- Mathy -respondí-, la vida no es tan fácil como tú lo crees.
Al final de Pío Nono y pegado casi a la entrada del zoológico está La Bodeguilla. Su nombre lo dice todo y es un exquisito local de comida española que regenta Cristóbal Morales, un murciano que llegó a Chile hace algunos años y que se enamoró del país y de una chilena. Allí, con una acogedora ubicación, tras las puertas de La Bodeguilla, la vida es alegre y entretenida.
Me encontré con buenos amigos. Mathy no conocía a nadie así que estaba media guacha. - ¿Puedo tomarme un Martini para entrar en confianza? – consultó.
Irradiaba alegría. Se tomo el Martini y se le olvidaron los tiempos malos. Ese día, y en forma especial tendríamos tres preparaciones españolas de alto nivel: paella de verduras, paella de conejo y arroz caldoso de mariscos. Para picar y mientras salían las paellas, salazones, jamones ibéricos y carpaccio de salmón. Sevillanas y estudiantinas por los parlantes. Mathy feliz me mira los ojos para brindar por la ocasión.
-Por fin, Exe
-Por fin, Mathy
Non stop. En veinte minutos nos hicimos de la paella de verduras y en otros veinte la de conejo. Buena mano y mejor sazón. A la hora del arroz caldoso de mariscos, poco podíamos pero igual le hicimos empeño. Mal que mal, hacía tiempo que no disfrutábamos un almuerzo de esos enjundiosos.
Crème brûlée y brandy de postre. Atardecía en este frío invierno cuando nos despedimos del lugar. La fui a dejar a su casa ya que quería refugiarme en ella en esta especie de reconciliación gastronómica.
- Gracias por el almuerzo Exe. Estuvo exquisito.
- ¿Me convidas un café?
- ¿Después de seis meses que no me invitas ni siquiera a jugar a las bolitas quieres un café con sorpresa de la noche a la mañana?
- ¡Mathy!
- ¡Mira Exe! Hace meses que no salíamos a ninguna parte. Y una paella no me va a quitar la rabia.
-¿Qué rabia?
Tenía razón. ¿Por qué las mujeres siempre tienen la razón cuando uno va por ellas con malignos sentimientos?
Volví a mi plaza Ñuñoa algo desencantado y desorientado. Esto de volver a escribir en Lobby me trae consecuencias. Mathy me tiene cortada el agua, la luz y todos los suministros básicos hasta una nueva fecha. Y lo merezco.
Masqué su orgullo en mi departamento. Mathy en su casa disfrutando la venganza y yo en la mía lamentando lo indecible. A ciencia cierta, mi compañera de aventuras –las gastronómicas y las otras- estaba desquitándose. Y no sería fácil conquistarla nuevamente.
Mientras escribo esta nota, fumando un partagás (de los pocos que me quedan y que me trae mi amiga chilena-europea) y bebo un JW etiqueta negra, recibo un mensaje de texto. Era Mathy:
“Gracias por el almuerzo. La segunda será la vencida”
Por lo visto, aun me quedan algunos encantos. Pocos…pero algo es algo…
Exequiel Quintanilla
La Bodeguilla de Cristóbal: Dominica 5, Barrio Bellavista, fono 732 5215